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Prólogo de la novela «Gente de orden. Historia de una familia 1931-1936» por Enrique Galé

Actualizado: 13 dic 2019


I

Aunque escrita antes y centrada en un periodo histórico también anterior, Gente de orden. Historia de una familia (1930-1936), la nueva creación de Ana Larraz, enlaza con el principio de la novela que dio a conocer a su autora en el ámbito de la literatura: La fotografía. Historia de un soldado (1936-1937). Para quien haya leído esta, no hace falta recordar su comienzo; para quien no, bastará con mencionar la fecha en la que da inicio, tan tristemente significativa: el 18 de julio de 1936. En La fotografía, al protagonista, Ángel Galé Comenge, el golpe de estado militar lo sorprende en el monte, entregado a las faenas agrícolas que ordenan la sucesión de sus días. En Gente de orden, la festividad del Carmen, el día 16 de ese mismo mes y año, se cierne llena de negros presagios en sus páginas finales mientras Ángel acompaña a su esposa y a su hija, Carmen las dos, a la sesión fotográfica de donde saldrá la imagen que le acompañará meses después en el frente de Quinto.

Como en el volumen anterior, más aún incluso en este, la historia privada de la familia de la autora y la historia general de la nación española se entremezclan en el desarrollo de la novela. Pero si en La fotografía el argumento se concentra en solo unos cuantos meses al inicio de la Guerra Civil, desde julio del 36 hasta septiembre del 37, ahora el ángulo temporal se abre, abarcando un tramo de historia mucho mayor, los cinco años y medio que van desde la sublevación de Jaca de diciembre de 1930 hasta el asesinato de Calvo Sotelo en julio del 36. Y de forma paralela, mientras que en la primera novela el argumento se circunscribía sobre todo a la experiencia personal del soldado en el frente, el lector encontrará en las páginas que vienen a continuación una crónica mucho más amplia de la vida cotidiana del Tauste de los años 30 y de la relación íntima de Ángel Galé y Carmen Galé, desde el inicio de su noviazgo hasta el nacimiento de su primera y única hija.

Historia general y vida privada van a entrecruzarse en todo momento a lo largo del libro pero en realidad en pocas ocasiones llegan a mezclarse realmente ambos planos. Por el contrario, el devenir del pueblo, al que permanece vinculada de forma inseparable la trayectoria vital de los protagonistas, apenas se ve condicionado por los acontecimientos políticos que se desarrollan en el ámbito superior de la Historia. La realidad de la vida en común en esa pequeña localidad aragonesa que se llama Tauste tiene sus propias pautas ineludibles, vinculadas sobre todo a las faenas del campo y al desarrollo orgánico de la familia. Sea lo que sea lo que dictaminen los políticos de Madrid hay que ir a sembrar en otoño; por mucha violencia política que se desate, incluso en el propio pueblo, no se puede dejar de hacer la trilla en agosto; sean unos u otros lo que estén en el poder o en prisión, hay que ir a comprar en las mismas pescaderías, pasear por las mismas calles, celebrar las mismas fiestas, faenar en los mismos parajes. Esto no significa, sin embargo, que los avatares de la convulsa República no afecten a los protagonistas. Por el contrario, vamos a leer una novela en la que las opiniones ideológicas, los efectos de las votaciones e incluso la sublevación armada están presentes en todo momento, provocando la reacción más o menos limitada de los personajes principales.

En cualquier caso, lo que más llama la atención en la reconstrucción histórica a la que nos asomamos en estas páginas es la forma en que Carmen, Ángel, sus familias y en general todas las familias del Tauste de la época se esfuerzan por salir adelante a pesar de las dificultades cada vez mayores y de las tensiones que de forma cada vez más aguda van dinamitando la convivencia. Por ello, con esa pena y desasosiego propios de quien conoce la trágica e inevitable Historia que sigue, asistimos, a lo largo de estas páginas, al relato de una fractura que nadie va a ser capaz de impedir a pesar de la buena voluntad de la mayoría de los personajes, al fracaso de una difícil convivencia que hace naufragar finalmente el enfrentamiento ideológico.

II

Gente de orden, como La fotografía en su momento, quiere ser leída como una crónica familiar, y así lo recoge el subtítulo: Historia de una familia. En este sentido, no nos hallamos ante una novela histórica al uso y es importante destacar este hecho ya en el prólogo. Desde los mismos orígenes de la novela histórica de Walter Scott y, sobre todo en España, tras la impresionante serie de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós y grandes obras maestras de la literatura como Guerra y Paz , el subgénero ha pretendido implantarse como una reinterpretación novelizada de la historia más reciente, y todavía hay escritores en la actualidad que pretenden servirse de este tipo de recreaciones literarias de la historia reciente con una vana presunción de vindicación ideológica. La intención estética de esta nueva novela de Ana Larraz es a la vez más humilde y más honrada: reconstruir y presentar al lector la historia de su familia en una época conflictiva que marcó para siempre el devenir de sus integrantes.

En estas páginas, la historia política y social de la República no es lo que más importa a la escritora, ni interpretar o valorar los acontecimientos históricos de una forma supuestamente correcta o pertinente. Gente de orden reconstruye de forma voluntaria y voluntariosa la visión parcial y la limitada intervención que en esos acontecimientos tuvieron los miembros de una familia concreta, la de la autora, cuyos testimonios reales ha ido recogiendo durante años para reflejar de la forma más completa y verosímil posible esa vida cotidiana colectiva de los años anteriores a la tragedia civil y la sucesión de los acontecimientos particulares que condujeron a esta. Nos hallamos, pues, ante la versión literaria de una experiencia familiar muy concreta y muy diferente, sin duda, a la que podrían contar otras personas y otras familias afectadas por esos mismos acontecimientos. Lo que hace atractivo el trabajo de Ana Larraz es la posibilidad de acercarse de forma literaria a unos testimonios reales, recogidos con nombres y apellidos de las personas que intervinieron en los acontecimientos que se narran. No se ha construido el argumento en torno a la realidad histórica considerada más conveniente o más novelesca sino a partir de la circunstancia vital de esas personas reales, la familia de Carmen Galé Galé, la niña de la fotografía, que vieron su vida condicionada por los avatares de la historia.

Por ello, como en la literatura de la Nobel Svetlana Alexsiévich, hay mucho de escritura periodística en las páginas que vienen a continuación. Hallaremos capítulos construidos a partir de las conversaciones directas que mantienen entre sí los personajes, asistiremos en directo a sus auténticas reacciones a los acontecimientos, compartiremos con ellos la vida cotidiana de una comunidad rural española de los años 30. Igualmente, la propia prensa de la época cumple un papel fundamental en el desarrollo de la novela. Muchos capítulos se inician con el repaso a los periódicos que leen, casi de forma compulsiva, los personajes y a partir de ahí seguiremos la reacción y las interpretaciones que los miembros de la familia van dando a los principales acontecimientos políticos que se suceden en la época: la sublevación de Fermín Galán en diciembre de 1930, la proclamación de la República en abril del 31, la revolución de octubre del 34, las elecciones de febrero del 36…

III

Como subraya el propio título, la historia de la familia que protagoniza estas páginas no pretende ser un compendio de la historia de España. En este sentido Gente de orden se aleja también de las pretensiones típicas de la novela histórica. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, esa expresión, “gente de orden”, se ha ido cargando de connotaciones peyorativas, identificándola con una clase social muy concreta: los dueños del poder económico, político y empresarial de la época de la Restauración y la Dictadura de Primo de Rivera. Sin embargo, en esta novela no hay cabida para esas clases sociales poderosas. En el microcosmos social de la familia de Carmen Galé no hay grandes propietarios, financieros corruptos o dueños de fábricas, ni siquiera poderosos funcionarios pensionados por el régimen o alta jerarquía eclesiástica. Pese a ello, el título Gente de orden se ajusta bien a sus protagonistas, un grupo de personas -agricultores con pequeñas extensiones de tierra que viven de su trabajo, ganaderos dueños de pequeños rebaños que aprovechan los pastos comunales, regentes de pequeños negocios necesitados de la libertad de comercio- que anhelan sobre todo el “orden”.

Ellos, como miles, millones de españoles, a los que la historiografía más moderna reivindica ahora con el nombre de la “tercera España”, nunca desearon una revolución que cambiara el país de arriba abajo y, en una época de convulsiones y enfrentamientos, ponían su fe y su esperanza en su trabajo diario, en sus pequeñas propiedades heredadas de sus antepasados y en las firmes convicciones religiosas de sus mayores. Ana Larraz reivindica en esta novela la importancia de esta “gente de orden” en la construcción de una convivencia que hubiera tenido que ser posible y no lo fue. Durante décadas historiadores e intelectuales de distinto signo e ideologías contrapuestas han forjado e insistido en el mito de las “dos Españas”. Desde una perspectiva mucho más actual, encontramos en estas páginas el recuerdo de una España que se negó a tomar partido por el enfrentamiento armado hasta que le pusieron las armas en la mano.

Por supuesto, los miembros de esta familia tienen muy claras sus preferencias políticas e ideológicas: son monárquicos y votan a la CEDA, que defiende sus ideales de trabajo personal, derecho a la propiedad privada y respeto a la religión católica. Es evidente que ninguno de ellos cree en la revolución política ni en bruscos cambios sociales. Pero tampoco se dejan llevar por el totalitarismo fascista que agitaba las aguas en sentido contrario, ni confían en la lucha armada para imponer sus ideales. Ángel y su familia solo quieren que les dejen trabajar en paz, sacar adelante a su familia con su esfuerzo diario, mantener las tradiciones religiosas de su infancia. Forman parte, en efecto, de esa tercera España que formaban grandes grupos de población que, de no imponerse la locura de los tiempos, hubieran podido sacar adelante una democracia liberal como la que medio siglo después se impuso por mero agotamiento. Carmen y su familia no representan una excepción en la historia de España y de Europa, como se pretendió dar por sentado durante buena parte del siglo XX, por más que haya que reconocer que, en efecto, fueron desbordados por los extremismos de una época que optó finalmente de forma trágica por la utopía demagógica, por el “todo o nada”.

No busque el lector grandes intrigas ni peripecias novelescas en estas páginas. La vida real no funciona de esa manera, aunque nos guste creerlo así cuando nos acercamos a las páginas de una novela. Por el contrario, la tragedia que cuenta este libro es la de unas personas reales que intentaban sacar adelante una vida digna y acabaron atrapados en una guerra cruel que les cerró para siempre, a ellos y a miles de personas como ellos, el camino hacia su futuro.

Enrique Galé

#prólogo

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